Columnas

Tell Magazine, Noviembre 2014, Atotonilco, México.

Luego de doce capítulos, damos por terminada la temporada en México, en la que pudimos atender, durante un año, tantos temas como cantidad de lugares se hayan visitado. La ciudad y sus alrededores dan para todo, es por eso que las columnas se hicieron cargo desde contenidos referentes al arte con Frida Kahlo, patrimoniales con San Miguel de Allende, arquitectura de vanguardia con el museo Soumaya, temas históricos en Teotihuacán, reciclaje urbano con la ex fábrica textil La Aurora y hasta religiosos con los Templos de Guadalupe. Hoy finalizamos con Atotonilco, el cual, pese a ser un pueblo aparentemente perdido en el desierto, presenta características que lo hacen figurar en el mapamundi de intereses turísticos.

En él se encuentra un templo dedicado a Jesús de Nazareno, construido en los años 1700, de estilo Barroco, y que comienza a potenciar su valor inscribiéndose en la lista de colaboradores para la independencia de México. Siguiendo con una rápida lectura de sus potenciales, en sus alrededores se presentan algunas ruinas donde acumulaban agua proveniente de manantiales cercanos, con la cual no solo abastecían la demanda propia de sus habitantes, sino también, el riego de sus jardines en plena estepa. Otra lectura, que mezcla un poco de romanticismo con rumores de pasillo, declara una similitud en paisaje a Jerusalén y en arquitectura a la iglesia del Santo Sepulcro, logrando así, una supuesta conectividad de sus creyentes. Con una mirada un poco más objetiva, entendemos que esta analogía busca incrementar el interés de los turistas, en consecuencia, más visitas, más ingresos, más recursos.

La combinación de todo lo anterior permitió que fuera declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, consiguiendo, entre muchos beneficios, que los visitantes por día, superen el total de sus habitantes. Estamos hablando, entonces, del efecto «Guggenheim». Importante detenerse aquí para entender el rol de estas «postales». Los gobernantes y economía vasca, preocupados por su inmovilidad, encargan a Frank Gehry un museo que no solo respondiera al encargo de la fundación, sino también, y con la misma atención, consiguiera el posicionamiento de Bilbao. Para los turistas, una alcachofa de titanio o una flor metálica. Para algunos maestros de la arquitectura, el mejor edificio de la época. Para los críticos, más que una obra de arquitectura, una escultura habitable que minimiza a toda manifestación artística que pretenda exponerse en sus salas. Lo importante es que fue la solución. Más de un millón de visitas anuales contabilizadas en boletos de entrada, quienes necesitan, además, alojamiento, comida y traslado. En consecuencia, una revitalización del turismo e imagen de ciudad.

Tanto en Bilbao como en Atotonilco —independiente de la magnitud de cada uno— entienden su potencial a partir del arte, cultura y patrimonio. Un efecto tipo acupuntura urbana, donde un punto estratégico resuelve una necesidad global. Distinto es el caso del centro de Santiago, donde se pretende revitalizar la ciudad saturando las manzanas con torres que contienen alrededor de doscientas unidades, distantes de un criterio patrimonial, vernacular, cultural, etc., más bien, el único criterio que lo soporta, es el hecho de generar la mayor cantidad de unidades habitacionales por el menor precio posible.

P.D: Que aparezca el peatón en el espacio público, no significa una ciudad activa ni bien lograda. Lo importante es la calidad que el municipio y «planes reguladores» les ofrece.