Columnas

Tell Magazine, Abril 2014, La Aurora, México.

Generalmente uno cuenta con un mínimo de «imperdibles» antes de comenzar un viaje, sin embargo, las sorpresas que te va preparando la ruta, pueden llegar a ser tan o más gratificantes que muchas de las opciones pre definidas. Tal es el caso de la ex fábrica de hilados y tejidos La Aurora inaugurada en el año 1902, la que, no sólo daba trabajo a más de trescientas personas en el pueblo San Miguel de Allende, sino además, era capaz de producir su propia energía eléctrica. Junto con lo anterior, por más de noventa años logró propagar sus productos por todo México, entendiendo la demanda que esto significa. Pese a lo señalado, no fue capaz de resistir las consecuencias de los Tratados de Libre Comercio, debiendo cerrar sus puertas y poner término a su actividad el año 1991.

Las importaciones de algodón y tela sintética terminaron por sepultar la producción pero no el edificio. Años más tarde, y haciendo honor al reciclaje, abre sus puertas de fierro forjado e ilumina su fachada, esta vez, como Centro de Arte y Diseño. Donde antes se encontraban las máquinas, talleres de mantenimiento y almacenamiento de algodón, hoy tenemos galerías de exposición, tiendas especializadas, estudios, talleres, cafés y restaurantes. La amplitud de sus salones, altura, capacidad de ventilación e iluminación, entregaron las cualidades apropiadas para el desenlace de un programa totalmente distinto.

Recorrer los galpones, encontrarse con unas cuantas máquinas en exposición con sus respectivos relatos, la huella y desgaste de cien años en su volumetría y registros fotográficos de su apogeo, consiguen -sin mucha imaginación- que nos traslademos al pasado. El cuidado y respeto que demuestra la nueva intervención, nos trae nuevamente al presente recalcando que, en su propósito, la valorización del patrimonio fue tan preferente como el desenlace y éxito del nuevo programa.

Esto pone sobre la mesa acciones como las que hemos visto de manera recurrente en varias esquinas de nuestras ciudades, donde simplemente se mantiene la fachada de un edificio antiguo -con el pretexto de un resguardo patrimonial- para levantar adentro, abajo y sobre él, la mayor cantidad de metros cuadrados de oficina o comercio. El secreto está en que, si demuelen la fachada antigua, aplican las nuevas condiciones de edificación, por ende, deben retranquearse varios metros dejando una franja de antejardín sin edificar. Es aquí donde se tergiversa la escala de valores, aceptando que las apariencias valen más que el contenido, dándole valor, a una cáscara que poco o nada ofrece como para mantenerla en pie.

Si un edificio es antiguo perfectamente puede demolerse, ya que no todo lo que ha resistido el paso de los años, posee o adquiere valor. Ahora bien, si realmente es un aporte patrimonial, puede mantenerse o intervenirse, siempre y cuando el motivo ofrezca contenido por sobre dobleces y artificio.

Volviendo a La Aurora, el desenlace actual es tan adecuado y favorable como el uso original, entregando por consecuencia, la experiencia de conocer técnicas fabriles y de producción, los usos y habitabilidad de antaño, materiales y técnicas constructivas de la época, así como también, aprender nuevas técnicas de arte, disfrutar de eventos culturales, exposiciones e inscribirse en un taller.

pd: Todo por el mismo precio!